El desafío cultural de leer Qatar sin miradas occidentalizantes
Sin justificar ni demonizar el funcionamiento de sociedades diferentes, el comienzo del máximo torneo del fútbol mundial invita al análisis de algunos comportamientos difíciles de entender desde occidente. De los derechos humanos a la violencia de género.
Más allá del debate sobre los derechos regresivos contra las mujeres y la penalización de la homosexualidad, o de cuestiones laborales como el opresivo sistema de Kafala, el Mundial de Fútbol que este domingo comenzó a jugarse en Qatar trae como desafío aprender a leer una cultura y una sociedad muy distinta a la nuestra y a los debates que la atraviesan desde una mirada emancipada de los cánones occidentales y de relativismos exagerados.
“El desafío está en poder analizar, denunciar, dar a conocer estas realidades sin buscar justificarlas ni demonizar a esas sociedades, que es lo que pasa con, por ejemplo, el discurso islamófobo -dice a Télam la politóloga María Constanza Costa-. De ninguna manera se puede apelar a una superioridad moral occidental o a una retórica de intervención para salvar a estos actores, algo que se utiliza mucho desde Occidente, sobre todo en el caso de las mujeres”.
“Habría que preguntarse para quién son aceptables y para quiénes no dentro de los países del Golfo y desde ese lugar deben ser denunciadas, porque los grupos sociales que se ven afectados no están en espacios de poder dentro de esas sociedades. Tiene que ver con una dominación de carácter político: sujetos con sus derechos básicos vulnerados”, indica Costa.
Con la designación como sede mundialista Qatar fue puesto bajo la lupa del mundo y con ello se visibilizaron críticas y denuncias preexistentes y otras vinculadas a presuntas prácticas deshonestas en torno a la asignación de la sede o en la puesta a punto edilicia para que la ciudad de Doha pudiera albergar a un evento de tal envergadura como el Mundial de Fútbol, probablemente el más convocante y movilizador de la historia global. Un capítulo que parece repetirse, con saltos, en la historia de la Copa del Mundo.
Desde Occidente, los medios de comunicación empezaron a hablar de “los sometimientos y vulneraciones de las mujeres” en Qatar: desde su no derecho a estudiar, casarse, salir del país, conducir, trabajar o decidir sobre sus hijos -incluso divorciadas y teniendo la custodia legal- sin habilitación de un varón -sea esposo, padre, tío, hermano-, a casos más radicales como el de la joven economista mexicana de 27 años Paola Schietekat Sedas, condenada a 100 latigazos y siete años de prisión al denunciar su violación. El agresor argumentó que eran novios y la ley la encontró culpable de haber tenido sexo extramatrimonial (zina), crimen del que la exoneraba si accedía a casarse con él.
Sedas llegó contratada por el Comité Supremo para la Entrega y el Legado de Qatar, responsable de la organización del Mundial, y tuvo que ser rescatada de la cárcel y el látigo (ajusticiamiento que mayormente recae sobre mujeres) por las autoridades de su país. Otros cuestionamientos surgieron en torno al fin de la Kafala, ley de patrocinio sobre trabajadores migrantes no calificados, mayormente de las áreas de la construcción y tareas domésticas, que en la práctica habilita a los empleadores a retenerles los pasaportes, con lo que eso impacta en sus libertades individuales.
Con la gestión de obras emprendidas para acondicionar la ciudad y el país como sede mundialista se derogó esa ley. Lo siguiente que se preguntaron analistas y medios, en la progresiva cobertura del evento por llegar, fue si esta era una medida cosmética o si se trata en efecto de una ampliación de derechos. En este contexto general sólo unas pocas voces se manifestaron en contra de participar de este Mundial y la idea de no participar nunca incluyó la posibilidad de dar la espalda a los partidos: siempre separó aguas con el rito popular de masas de gozar, léase disfrutar, hinchar en esos partidos por su equipo.
Por otro lado, ¿condenar el avasallamiento de los derechos en Qatar responde al lugar común de lo políticamente correcto, que apunta a desactivar las condenas masivas de tendencia cancelatoria o toma la forma de una declaración de principios?
La revista española especializada Líbero le pagó al artista ruso Andrei Molodkin para que hiciera «algo con la copa y el petróleo» para «denunciar la corrupción tras la elección de Qatar como sede mundialista» (Qatar tiene la tercera mayor reserva mundial de gas y petróleo), y Molodkin creó «La copa más sucia», obra que fue portada de un número especial. Sin ser invitada al espectáculo de apertura deportiva de Qatar, la cantante británica Dua Lipa posteó en Instagram que solo visitará Qatar “cuando haya cumplido las promesas sobre derechos humanos que hizo cuando obtuvo el derecho a organizar la Copa”. La colombiana Shakira declinó su participación luego de dar el sí y de que en las redes impactara en forma muy negativa.
El septuagenario rockero escocés Rod Stewart, que fue convocado para actuar en el espectáculo que abriría el evento deportivo, rechazó una suma superior al millón de dólares e ironizó, en una entrevista con el diario inglés The Guardian, que «habría estado bien ir y tocar ‘The Killing of Georgie’”, un tema suyo que narra el asesinato de un amigo gay en los 70. “No hubiera estado bien ir” dijo Steward en esa entrevista, pero no perdió oportunidad para penar porque Escocia no había clasificado y responder “Brasil” cuando le preguntaron si hincharía por Inglaterra.
¿Qué fuerzas e imaginarios sociales, culturales y económicos se juegan para que esto ocurra así? En principio, “es difícil que en medios puramente deportivos se debata lo que suceda con la comunidad LGBT en Qatar o con el tutelaje masculino o las cuestiones de género, pero veo bastante planteada la cuestión en otros espacios”, dice a Télam el periodista y escritor Alejandro Wall, minutos antes de partir hacia Qatar, donde hará una de las coberturas del evento futbolero.
“En el fútbol cuesta incluso hablar de violencia de género –refuerza– cuando algún futbolista es denunciado y sigue jugando en sus clubes como si nada pasara, el ámbito del fútbol marca ese tipo de cuestiones pero lo que sucede en Qatar está incluso bastante más planteado de lo que sucede en otras sedes en otros lugares del mundo”.
Por otro lado, ¿cómo leer a Qatar sin caer en relativismos exagerados ni etnocentrismos, comprendiendo que muchas costumbres que se tildan de inaceptables en Occidente no son vividas de esa manera del otro lado?
Ejemplos fáciles son el de la titular del Instituto Islam para la Paz, Melody Kabalan, denunciando una “campaña de fake news” contra Qatar, primer país árabe musulmán en organizar un Mundial de la FIFA gobernado por la misma familia Al Thani desde mediados del siglo XIX, donde las cataríes «viven muy bien» y cumplen sus «tradiciones con orgullo»; o el de Francia promulgando una ley que prohíbe el uso del hiyab, pañuelo con que las musulmanas cubren parte de su cabeza y pecho. Única ley contra la indumentaria en ese país.
“Hay cuestiones que son inaceptables leídas desde Occidente, Oriente o Medio Oriente, inaceptables en términos humanísticos, después entra la lectura acerca de si es cultural, religioso, imposición o elección -dice Wall-. El desafío es tratar de entender a una sociedad muy distinta a la nuestra y lo debates que la atraviesan -sean de género o de derechos laborales- sin que eso signifique relativizar ciertas cosas: que esté penada la homosexualidad no forma parte de relativizar y tratar de comprender, uno puede hacer una lectura de por qué se llega eso pero no significa plantear que no haya opresión para esa comunidad”.
¿Sirve leer a este Mundial como una oportunidad para visibilizar esto? “No solo la presencialidad, la lectura permanente de lo que sucede forma parte de visibilizar ese tipo de cuestiones que no implican ir a occidentalizar a Qatar, sino dar debate -apunta-. Hay que tener en cuenta que los Mundiales nunca terminan de mostrar lo que sucede, son una foto, un espejismo, no terminamos de ver lo que pasa en un país porque el Mundial es un territorio FIFA, no del país. ¿Qué sería lo contrario a no aprovechar lo que sucede en el Mundial? ¿Y qué cambiaríamos con no mirar algo?”
En el Mundial 1978 hubo un boicot pensado desde Europa para los europeos con eslogans como “No hay fútbol entre campos de concentración” que tuvo por reacción las etiquetas del gobierno de la dictadura con la frase “los argentinos somos derechos y humanos”. El impacto sirvió de evidencia de cara a análisis futuros, hechos ya fuera de la dictadura, en cuanto a los niveles de cinismo que puede alcanzar el Terrorismo de Estado.
En 2022 Amnistía Internacional y Human Rights Watch denunciaron el sistema de tutela masculina que en Qatar niega a las mujeres el derecho a tomar decisiones clave sobre sus vidas. A los ya nombrados se suma: permiso para recibir atención plena en salud reproductiva, las que asisten a la universidad deben enfrentar restricciones en sus movimientos, solteras menores de 30 no pueden alquilar habitaciones en ciertos hoteles ni asistir a ciertos eventos ni bares donde sirven alcohol.
El gobierno qatarí rechazó la validez de esos informes, prometió enjuiciar a quienes infringieran la ley e impulsó una ley que castiga con cárcel a quienes publiquen información tendenciosa. ¿Pueden establecerse paralelos entre estos escenas? “Una cosa es lo que las dictaduras o los gobiernos quieren intentar, esto que ahora se llama sport washing -dice Wall-, que es básicamente lavarse la cara con el deporte, y otra cosa es lo que finalmente suceda”.
“El Mundial 78 permitió que la prensa europea le pusiera una cámara y un micrófono a las Madres de Plaza de Mayo, pero lo que vaya a pasar en este Mundial es una incerteza -plantea-. Hubo otro montón de situaciones, cambios en las leyes laborales, nuevos derechos que no rigen en otros países de Medio Oriente y sí en Qatar ahora que el mundo lo mira ¿Será por ahora solamente o se mantendrá terminado el Mundial? No sabemos si eso tendrá un impacto cierto, lo cierto es que está bueno que si algo sucede en determinados países podamos observarlo y discutirlo”. (TELAM)