México: 37 candidatos asesinados en la elección más sangrienta de su historia

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La estrategia presidencial de «abrazos y menos balazos» ha acompañado el proceso electoral más sangriento de la historia de México, con 37 aspirantes a puestos de elección popular asesinados hasta este domingo. El último en caer fue Israel Delgado, de 35 años, candidato a contralor por la coalición oficialista en Cuitzeo, estado de Michoacán, tiroteado el sábado por la noche en la puerta de su casa, unas horas antes de que abrieran los centros electorales.

Es la última muerte en las elecciones más grandes llevadas a cabo en el país norteamericano, con 20.000 cargos públicos en juego. En el mismo municipio, a 300 kilómetros de Ciudad de México, está desaparecido el asistente personal del candidato a alcalde por la oposición.

La misma suerte corrió Jorge Huerta, abanderado del Partido Verde Ecologista en Izúcar de Matamoros, estado de Puebla, disparado el viernes tras una discusión. «Un ser humano íntegro, comprometido con el bienestar», como lo definieron sus compañeros de lucha, pasó así a engrosar una lista demasiado larga, pese al enfado del todavía presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ante lo que se ha convertido en la gran losa que deja su legado a la nueva presidenta. «Los corruptos están muy enojados y magnifican mucho todo lo relacionado con la violencia. Antes callaban como momias y ahora gritan como pregoneros. Que se puede esperar de esta gente que tienen como dios al dinero», pontificó AMLO hace 10 días tras el asesinato de un niño en Tabasco, su estado natal.

Más allá de la verborrea populista, los datos son tan contundentes que el caricaturista Tony Peraza ironizó la defensa numantina de un AMLO que en su viñeta exclamaba «Veo muy fresa esta campaña», mientras el propio presidente aprovechaba un charco de sangre para dibujar esa fruta. En México, se llama de forma peyorativa fresas a los pijos o a la gente de una clase privilegiada.

Que se lo digan al centenar de aspirantes que han sobrevivido a distintos ataques contra su vida, incluso a los 4.000 se vieron obligados a retirarse por miedo a perder la vida ante el desafío de los criminales al Estado. «Sí, es la campaña más violenta. Es terrible, inaceptable y trágico, pero hay que ponerlo en su debido contexto: no es nuevo y no creo que afecte la normalidad democrática de la jornada», explica a EL MUNDO el analista Gabriel Guerra.

México sufrió un magnicidio trascendental en 1994, cuando el candidato oficialista Luis Donaldo Colosio fue asesinado durante un acto político en Tijuana, cambiando el curso de la Historia porque se trataba del casi seguro presidente. También hace 12 años murió tiroteado el candidato a gobernador del estado de Tamaulipas.

La extensión del narcotráfico en busca de captar los poderes locales e imponer la extorsión incluso en el negocio de las tortillas (el pan de los mexicanos) ha impactado directamente en la campaña. Tal es el descaro de los narcos que en Cuernavaca aparecieron narcomantas (pancartas) en las que los criminales amenazaban con «castigos severos» a quienes fueran sorprendidos comprando votos. El cartel Jalisco Nuevo Generación, junto a La Familia Michoacana y Los de Siempre, se disputan el control del Estado.

«La violencia electoral está relativamente localizada y, con pocas excepciones, como Celaya, se trata de municipios pequeños o aislados. Es una estrategia del crimen organizado, no de control político o ideológico, sino de control operativo. Lo que quiere es controlar al jefe de policía, a ese tipo de cosas pedestres. Y el candidato que no se pliega es asesinado, amenazado o forzado a renunciar», concluye Guerra.

El territorio más sangriento volvió a ser Chiapas, al sur del país y fronterizo con Guatemala. No sólo concentra el mayor número de candidatos asesinados, también en dos municipios, Pantelho y Chicomuselo, situados muy cerca de la capital regional San Cristóbal de las Casas, se suspendieron las elecciones ante la ola de violencia. En el primero, civiles armados bloquearon el paso al municipio y murieron cuatro personas, al parecer integrantes de las autodefensas El Machete.

Pese al enfado presidencial con quienes le recuerdan las muy negativas cifras de violencia, la inseguridad aparece como la principal asignatura pendiente para la primera presidenta que se siente en la silla del águila. Porque no sólo se trata del proceso electoral más sangriento, sino también del sexenio presidencial más violento: 188.552 homicidios, con incremento incluido de desapariciones, que por desgracia sumarán aún más víctimas mortales.

El crimen organizado ha cambiado su cara, más allá de que los cárteles mexicanos del narcotráfico hayan estirado sus tentáculos en otros países, como Ecuador. La transformación es radical: de organizaciones hegemónicas a múltiples células que actúan en todo el país y que no sólo trafican con drogas. Han aprovechado la política del «abrazos por balazos» para destacar en una tercera parte del territorio, según cifras de oposición y medios.

AMLO, empeñado en definir la campaña como «pacífica o fresa» a las horas de una muerte o de una agresión, ha perdido la batalla contra sí mismo: de tanto querer diferenciarse de la guerra contra el narco del presidente Felipe Calderón, ha acabado perdiendo el pulso contra el crimen organizado. En definitiva, un reto enorme para la nueva presidenta ante la evidencia de que la democracia mexicana no ha podido con la violencia, menos el actual Gobierno. Así lo siente la gente: el 61,4% de la población siente que vivir en sus ciudades es inseguro. (ELMUNDO)

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