Alemania no es tan ecológica como se cree

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La nación europea es considerada como promotora y líder de las energías renovables y la eficiencia energética; sin embargo, tiene una cara oculta manchada de carbón.

 Alemania es un líder activo en la batalla global para reducir las emisiones de CO2 y para lograr eficiencia energética, además de pionera en las energías renovables y en proyectos comunitarios de energía.

Este, más o menos, es el discurso que todo el mundo asume.

Sin embargo, no es fácil decirle esto a Monika Schulz-Hopfner. Ella y su marido, junto a otros 250 residentes de Atterwasch, un pueblo tranquilo ubicado cerca de la frontera con Polonia, tienen que hacer frente al desalojo de su hogar de 30 años para abrir espacio a la mina de carbón Janschwalde-Nord.

Y no es cualquier carbón, sino lignito, la forma más contaminante de este combustible fósil que se extrae de canteras a cielo abierto.

Si lo planes avanzan, el pueblo, que tiene partes de hasta 700 años de antigüedad, será demolido.

«Desde que anunciaron los planes de la mina en 2007 hemos vivido con esta amenaza constante, que ha dominado las vidas de cada individuo y de la comunidad», dice Schulz-Hopfner.

«Cada decisión que tomamos está afectada por esto».

Y los residentes de Atterwasch no están solos.

En la región oriental de Lausitz, nueve aldeas están bajo amenaza. Hasta 3.000 personas podrían perder sus hogares para abrir camino a cinco nuevas minas de lignito que están saciando la renovada sed de este país por el carbón.

Otras dos minas más están en consideración.

IMPACTO INMEDIATO

Las minas son necesarias para alimentar una nueva generación de plantas carboeléctricas.

Dos nuevas centrales termoeléctricas de lignito se inauguraron en 2012, y hay dos más en preparación.

Otras dos centrales de antracita (otra forma de carbón) también comenzaron a funcionar el año pasado, cinco más se abrirán entre este año y el próximo y otras dos están esperando sus licencias.

Los efectos ya se sienten.

La producción de lignito en 2012 alcanzó su nivel más alto en casi 20 años, mientras que las estimaciones iniciales sugieren que este carbón pardo se utilizó para generar 162 mil millones de kWh (kilovatios-hora) de electricidad el año pasado, más que en cualquier otro año desde 1990.

El uso de antracita también se ha incrementado, lo que supone que estas dos fuentes de energía suman el 46% de la producción total de energía en Alemania.

El impacto en las emisiones de CO2 ha sido inmediato.

«Ha habido un aumento de entre 5% y 7% en CO2 en los últimos dos años», dice Claudia Kemfert, encargada de energía del Instituto Alemán de Investigación Económica.

Y esto en un país que se propone reducir sus emisiones en un 40% de los niveles de 1990 para el año 2020.

Cómo explica Christian Hey, secretario general del Consejo Asesor Alemán para el Medio Ambiente, «Alemania tiene un problema de carbón».

«FRACASO»

Hay muchas razones para esto.

Una es el bajo costo del carbón. «Debido al fracaso del sistema de intercambio de emisiones, el precio de los derechos de emisiones de CO2 es muy bajo», dice Hey.

«La Unión Europea ha fracasado en su manejo de este problema».

El exceso de suministro y una caída en la demanda de energía -y por lo tanto en los derechos- durante la crisis económica ha provocado que el precio ahora sea de alrededor de 3 euros (U$4,16) por tonelada de CO2.

Si todo hubiera ido de acuerdo a lo planeado, sería 10 veces más alto.

El exceso de capacidad también ha empujado hacia abajo el precio del carbón, mientras que la industria del lignito se ha beneficiado en unos 60 millones de euros (más de U$83 millones) por estar exenta de apoyar la industria de las energías renovables, dice Hey.

Esto significa que el combustible fósil ha descendido lo que se denomina la curva de orden de mérito.

Esta fue introducida en Alemania en la década de 1990 y determina el orden en que las fuentes de energía se utilizan para satisfacer la demanda.

La más barata se usa primero, la segunda más barata en segundo lugar, y así continúa.

Las renovables son ahora las más baratas, seguidas por la energía nuclear. Luego viene el lignito, seguido por la antracita.

Y como el gobierno ha resuelto eliminar gradualmente la energía nuclear para 2022, el lignito se moverá aún más abajo en la curva.

Hasta que suba el precio del carbón, el lignito puede permanecer en el corazón de la producción de energía alemana.

«Esta es una de las incongruencias más grandes de la transición energética, yel gobierno podría abordarla si quisiera», dice Hey.

«Para resolver la paradoja, el gobierno necesita adoptar una estrategia regulatoria sobre el carbón. Depende del mercado en lugar de la regulación, y eso es clave en este problema».

O como lo explica Kemfert, «el gobierno no está haciendo nada».

De hecho, la nueva coalición ha dicho que todas las fuentes de combustible fósil son igualmente importantes para la seguridad del suministro futuro.

«SIN APETITO»

Pero a pesar de la inacción del gobierno, hay algunas razones para creer que el creciente uso del lignito puede no durar mucho.

Todas las nuevas plantas carboeléctricas construidas en años recientes, junto con aquellas que abrirán este año y el próximo, fueron autorizadas hace unos 10 años, cuando los precios de la energía eran mucho más altos que ahora.

Algunos sostienen que las enormes inversiones como esas simplemente no son viables en el clima económico de hoy.

Según Mariana Heinrich, de la consultora Poyry, estas centrales «representan el final de ciclo de un negocio y ya no expresan una tendencia».

Y lo que es más importante, quizás, «no hay un apetito público o político por construir (nuevas plantas de carbón) para los próximos 30-40 años», dice Lars Waldman, del grupo de investigación Agora Energiewende.

Él sostiene que el lignito no es necesario para llenar el hueco que dejará el abandono de la energía nuclear, una decisión que se tomó en el año 2000.

«Esperamos y pensamos que el gas llenará ese vacío, y hay suficiente capacidad instalada», indica Waldman.

Esta capacidad está en gran parte inactiva debido al bajo costo del carbón y al precio en aumento del gas.

«Desde el costado económico, las energías renovables y el gas pueden ser la forma más barata de cubrir la demanda».

Pero no conforma a Monike Schulz-Hopfner.

«Es idiota. No necesitamos más y más lignito porque estamos utilizando más renovables», dice.

«Si nosotros, los alemanes, de verdad queremos la Energiewende(transición energética), entonces no deberían demolerse más pueblos».

Sin embargo, la nueva generación de plantas de carbón significa que el combustible fósil seguirá siendo un componente clave en la receta energética de Alemania.

El hecho de que el lignito es barato de producir, junto al poderoso lobbya favor del carbón en la política alemana, supone que la tentación de depender de este sucio combustible seguirá siendo fuerte mientras el precio del carbón siga bajo.

Para un país que es líder en energías limpias -por no mencionar su compromiso de lograr estrictas reducciones de emisiones de dióxido de carbono- parece al menos una extraña contradicción.

ONU: NO MÁS COMBUSTIBLES SUCIOS

El último informe de Naciones Unidas sobre cómo mitigar el cambio climático dice que el mundo debe cambiar de rumbo rápidamente y abandonar los combustibles que más emisiones de CO2 producen.

Según los expertos del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) debe producirse un cambio masivo a las energías renovables.

El reporte del IPCC fue acordado en Berlín tras una semana de negociaciones entre científicos y representantes de los gobiernos, tal como informa desde la capital alemana Matt McGrath, corresponsal de medio ambiente de la BBC.

Las emisiones de gas carbónico, dice el informe, están aumentando rápidamente.

Cerca de la mitad de todo el dióxido de carbono que los humanos han liberado hacia la atmósfera desde 1750 ha sido emitido en los últimos 40 años.

Y los niveles han aumentado velozmente desde el año 2.000, a pesar de la crisis económica global.

El estudio señala el uso creciente del carbon en el cambio de milenio, «dando marcha atrás a la tendencia de descarbonización del suministro energético mundial».

Impulsada por el aumento de la población y la actividad económica, la temperatura de la superficie terrestre aumentará entre 3,7ºC y 4,8ºC para 2100 si no se toman medidas.

 

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