Argentina “hater”: por qué ya no es tan fácil odiar en las redes
En la Ciudad, desde el año pasado es una contravención que puede sancionar con una multa o trabajo comunitario. Además de los algortimos, los propios usuarios están generando un “autocontrol”.
«Minusválido, ¿qué pasó? ¿te quedaste sin lugar para jugar?». Ese tuit estaba acompañado de una foto de los chicos de la escuela de estimulación deportiva de básquet del Quilmes Atlético Club. Fue en marzo, durante un conflicto por la decisión de las autoridades de dejar de cederles la cancha. Ahí había un hater encontrado in fraganti: odiando. Lo necesario para iniciar una demanda judicial era que alguien quisiese ir contra ese hater. Y pasó.
En Argentina, aunque las penas son bajas (según el juez contravencional en la Ciudad pueden oscilar entre $ 10.000 o 200 horas de tareas comunitarias), los odiadores están en la mira. ¿Quién controla el comportamiento de esta manada?A veces, la Justicia. Pero, principalmente, la propia escena virtual del odio: las redes sociales y sus usuarios.
Las dos últimas actualizaciones de Facebook, Instagram y Twitter fueron pensadas para hacer más fácil la forma de denunciarlos. No tiene que haber un delito -como una amenaza de muerte- para que alguien pueda «silenciar» a otro por algo que haya dicho. Ni siquiera tiene que haberse dirigido a quien denuncia: alcanza con que esté diciendo o haciendo cosas «incómodas».
Como es algo tan «nuevo» para una Justicia que, muy de a poco, va incorporando los delitos en Internet, no hay estadísticas sobre cuántos haters terminaron con condena, pero sí sobre denuncias. Según el registro del Observatorio de Internet del Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI), las denuncias por discriminación a través de la web se multiplicaron por diez en una década. Tomando el período 2017-2018, la plataforma sobre la que los usuarios indicaron que hay más posteos discriminatorios fue Facebook (46%). Además, en la ciudad de Buenos Aires el hater puede ser sancionado con una contravención. Sí, como pasar un semáforo en rojo. Pero en un tuit.
El algoritmo y las personas
¿Cómo se mide el odio en la redes sociales? A través del «discurso de odio». Que es cualquier expresión que pueda incitar a otros usuarios a despertar agresiones, hostilidad, bullying.
Gracias a la inteligencia artificial, «las redes van aprendiendo de sus propias denuncias», explica a Clarín Adriana Amado, doctora en Ciencias Sociales e investigadora de medios. Eso es lo que está en el fondo de lo que, con cierta ambigüedad, comúnmente se llama algoritmo.
«Tienen dos formas de detectar haters: con las palabras que se usan y con la actividad. Las personas más agresivas, o las que están dispuestas a acosar a otras, suelen tener actitudes obsesivas. Entonces, las redes pueden detectar que está mandando mucha cantidad de tuits a determinadas cuentas, o que está usando ciertos hashtags que incitan al odio”, sigue Amado.
Esta “detección automatizada” también tiene que ver con la otra forma de identificar a los haters: las denuncias de otros usuarios. «Existen numerosas plataformas que, basadas en la inteligencia artificial, fueron desarrolladas para el análisis de la conversación pública. Sus algoritmosson capaces de identificar estructuras semánticas como, por ejemplo, ‘te odio fuerte’, y atribuirle una clasificación de sentimiento positiva, neutral o negativa. Sin embargo, la ironía o los modismos hacen que se requiera un control personalizado de esa clasificación», detalla Guillermo Vagni, experto en big data de redes sociales y director de Políticos En Redes.
«Actualmente podríamos decir que es un poco más difícil odiar sistemáticamente. Twitter anunció que el último año eliminó más de 70 millones de cuentas por violar las políticas de buen uso», señala Vagni. En julio, además, la red social del pajarito pidió ayuda a los usuarios para frenar a los haters, empezando por los que odian por religión.
Los odiados, trending topic
Los especialistas no quieren hacer una lista de quienes son los más odiados en nuestro país «porque es contribuir al discurso de odio”, pero conceden que son trending topics. “El odio en las redes es la contracara del fanatismo. Los personajes que despiertan más pasiones lo hacen tanto para el lado positivo como el negativo. Tenés periodistas, artistas, políticos, que tienen un grupo de gente súper fiel dispuesta a insultar en su nombre o a salir a perseguir a los que los critican”, dice Amado.
Jorge Rial, que tiene más de 3,5 millones de seguidores en Twitter, admite estar en esta lista y cuenta a Clarín qué hace -o no hace- con sus haters. «Hace años no leo mensajes. Desconozco lo que dicen. Obviamente que me llegan y todo porque me cuentan. Pero no me afecta, no me interesa. Es una decisión que tomé de no leerlos. Yo estoy ahí para opinar. No para leer la opinión de los demás«, sentencia.
“El delito de amenazas e intimidación existe en el Código Penal y eso no impide que la gente lo haga (en el mundo real). Lo que sí es propio de las redes es que los haters se sienten envalentonados, son vistos, son aplaudidos por la gente que sí apoya esas actitudes. Entonces, creo que la mejor forma de combatir el odio en las redes es que no tenga público. La legislación que tenemos alcanza para combatir eso”, apunta Amado.
Los pasos de la denuncia
«Existen las miradas en la calle, sí. Con eso no se puede hacer nada. Pero en las redes no se pueden decir estas cosas. Es muy agresivo. No busco plata, quiero que esta persona anónima, cobarde, salga a la luz. Que se sepa quién es y que el club le pida disculpas a mi hijo y a todo el equipo por no haber hecho nada contra ese usuario pese a que ellos estaban arrobados», dice a Clarín Mirta Álvarez. Es la mamá de Maximiliano Rodríguez, de 26 años, que tiene Síndrome de Down y aparecía en la foto del equipo de básquet del tuit del primer párrafo.
Con captura y link del tuit, su denuncia llegó al INADI, que convocó a una audiencia para este jueves a ella, su hijo y las autoridades del club. Pero como en la cuenta de Twitter no se logra identificar al emisor, Mirta inició una investigación propia y lo encontró. Pero, si no lo prueba, no vale. Por eso, la asesoraron para que fuera por la vía penal. Y pasó.
Ese tuit se recepcionó como «Causa N°516650» en la Unidad Fiscal Este, en Barrio Norte. Luego pasará al Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N° 22 de la Ciudad, donde están concentradas las causas contra los haters. Ahí se libran los oficios para que se investigue la autoría de estos posteos de odio.
En el caso de un tuit, se le pide a Twitter que provea la información. En una causa abierta por diversos posteos virales de skinheads, por ejemplo, el Departamento de Cibercrimen además trianguló las antenas de las compañías de telefonía móvil con imágenes de las cámaras de seguridad porteñas.
Desde el INADI apuntan que, más allá del marco legal al cual los afectados pueden recurrir, lo que está haciendo más difícil odiar es la mirada de los propios usuarios, que llevan a un mayor «autocontrol». «En la actualidad estamos mucho más conscientes de los contenidos que circulan en las redes sociales. Hay un entendimiento social sobre lo que está ‘mal’ decir y viralizar. Nuestro país cuenta con un plexo normativo que tipifica el odio, la discriminación y las conductas derivadas de ello. Existe una penalidad y una rica jurisprudencia», dice su titular, Claudio Presman.
Con la reforma del Código Contravencional porteño hecha en 2018, «los haters podrían entrar dentro de la nueva contravención ‘hostigamiento digital’, pero sólo en la Ciudad. Esto se debe modificar», pide Daniel Monastersky, abogado especialista en delitos informáticos.
Y explica que «un insulto suelto por ahí no configura nada. Pero hay muchos casos que si bien no entran dentro del tipo de hostigamiento digital sí estarían violando leyes antidiscriminación«. Como el tuit por el que batalla la madre de Maxi.
«El anonimato es un gran problema», aclara. Así las cosas, en febrero de 2018 su estudio logró la primera condena haterde Argentina.
Desde una cuenta anónima de Twitter, una abogada difamó y calumnió -como se la imputó- a un empresario, al que no conocía, pero acusó de delitos que no había cometido. La pena fue 150 horas de tareas comunitarias y el pago de la publicación de su retractación en dos diarios de tirada nacional, más los costos del juicio. «La querella investigó el origen del usuario falso y yo valoré las pruebas, escuché a las partes y dicté sentencia», dijo en ese entonces el juez Ángel Gabriel Nardiello. Fue en el mismo tribunal donde llegará la causa de Maxi. Y su mamá, dice, puede señalar al hater. ¿Pasará?
AS