Réquiem para una generación

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La vida es un rompecabezas de recuerdos. Por esa artimaña negacionista las piezas dolorosas casi siempre se pierden, se olvidan o las negamos con la culpa del dolor que arrastran.

Yo, como muchos, por no decir la mayoría, que nunca fuimos primeros en nada tenemos esa obsesión enfermiza de enfundarnos en vidas ajenas y soñar entre angustias que algunas vez fuimos los ídolos que alegraron nuestras pobres vidas.

¿Quién no fue el Diego en la mano de Dios?

¿Quién no gambeteo a los ingleses, Tatcher incluida, y nos libero por unos segundos de la sangre estúpidamente derramada en Malvinas?

¿Quién no puteo a los italianos silbando el himno o se sintió sin sus piernas luego del antidoping?

En este país sin héroes modernos, sin ficciones orientadoras, Maradona era nuestro antídoto ante tanta frustración acumulada.

Para mí generación y la anterior que lo vivimos en «vivo y en directo» cuando las redes eran ciencia ficción, fue el bálsamo ante tantas derrotas acumuladas. Tal vez fue nuestro pequeño triunfo, ese que nos hinchaba el pecho, que nos ilusionaba con que patear la número 5 era una salida a tantas necesidades y angustias acumuladas.

No se si me duele más su muerte o darme cuenta que la derrota casi siempre triunfa en esta puta vida…

No se si Diego fue mi ídolo, mi héroe juvenil, mi fantasía o el ultimo gladiador del siglo. Lo que estoy seguro que fue esa construcción colectiva que nos ayudaba a creer que existían oportunidades.

Mañana o pasado o quizás en un rato los odiadores seriales creerán que la vida del otro puede ser cuestionada o hasta juzgada desde la nada misma.

Yo preferí revolver mis recuerdos, zurcir los sueños deshilachados y pensar por un momento, aunque sea un instante que alguna vez un pibe de Fiorito me hizo feliz sin pedirme nada a cambio… 

Néstor «Chino» Luna (Clase 1969)

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