«No me callo más»: Sisto Terán y su postura del país
El ex vicegobernador de la provincia durante el gobierno de Julio Miranda y hasta hace unos días representante de la provincia en la Casa de Tucumán en Capital Federal, compartió un extenso texto que busca desterrar las versiones que se multiplicaron en la semana de sus razones a la renuncia al gabinete de Osvaldo Jaldo.
Bajo el título «¡No me callo más!», el ex funcionario nacional, durante el gobierno de Alberto Fernández, sentó postura sobre los tiempos que vive el país y la provincia. Compartimos su visión, análisis y reflexión:
¡No me callo más!
Decir en voz alta lo que uno piensa y defender los valores morales que uno considera parte inescindible de la dignidad de la persona humana debiera ser un imperativo moral aplicable a todos. No obstante muchas veces el lugar que uno ocupa en la sociedad nos fuerza a ser prudentes y demorar la formulación de juicios de valor que puedan incomodar a los poderosos. A veces la falta de independencia económica, laboral o política fuerza a
muchos a mantenerse en silencio y consentir por omisión los atropellos verbales y fácticos.
He decidido voluntariamente desligarme de todo compromiso para poder expresarme libremente sin que mis opiniones perjudiquen al conjunto de un equipo de gobierno al que pertenecí durante más de 33 años.
Es que, aún comprendiendo y entendiendo las razones de estado que se pueden argumentar para no confrontar, desde mi propia apreciación personal permanecer en silencio en el particular momento que se vive en el Mundo y en nuestro país se me hacía insoportable.
Unos años atrás advertí que el mundo estaba girando hacia derroteros peligrosos con la proliferación de consignas renovadas en sus formas y tecnologías aplicadas, pero vetustas y nauseabundas en su esencia.
Europa, ese continente que se autoproclama faro de la civilización sin asumir del todo su rol protagónico en la inimaginable barbarie consumada en un siglo XX bañado en sangre, estaba reeditando postulados sociales que
rememoran épocas funestas. Estados Unidos promovido como el bastión de las libertades y de la democracia representativa iba en ese mismo rumbo.
Sumemos al cuadro el vertiginoso avance de tecnologías de comunicación susceptibles de convalidar el más formidable proceso de lavado colectivo de cerebros ( tecnologías a disposición siempre de los más ricos y poderosos del planeta), y teníamos un combo explosivo.
Esto me llevó a leer mucho para entender el comportamiento de las sociedades que, en un determinado momento histórico, consienten y aprueban entusiastas los regímenes más abominables que se puedan concebir.
Toda esa lectura se condensó en un libro “Hitler, un pecado colectivo” que publiqué en el año 2023.
Allí describo en forma de novela el pecado social de esa Alemania Nazi que por acción y omisión consintió una matanza inexcusable. Lo que más me asombró de la narrativa fue el percatarme que todo el proceso fue acompañado en paralelo por un lado por un coro obsecuente de pensadores, magistrados, filósofos, jurisconsultos, médicos, empresarios, periodistas y hasta hombres de la iglesia que aplaudían ruidosamente y aportaron los fundamentos sociales indispensables para el advenimiento de Hitler. Por otro lado, constaté la existencia de un brutal, impactante, ominoso silencio masivo. Los Nazis avanzaban sin que se escuche un clamor de reclamo
social en contra de la barbarie.
Muy pocos osaron levantar su voz cuando aún podían hacerlo, la mayoría se calló por interés, conveniencia económica, pereza o incomprensión de lo que se estaba gestando a su alrededor y muchísimos se empeñaron en no querer ver lo que sucedía.
Y pasó lo que pasó. Más de sesenta millones de muertos y la destrucción de cientos de ciudades coronadas por la monstruosidad consumada en Hiroshima y Nagasaki.
El sentido esencial de la Historia no es la narrativa de lo pasado, sino la enseñanza hacia el futuro, lo que seamos capaces de aprender para evitar caer en los mismos errores.
La Humanidad sin embargo parece no estar entendiendo el mensaje de la Historia.
De nuevo afloran en el mundo mal llamado civilizado las doctrinas políticas de la violencia y la discriminación que hacen del odio el combustible básico de su accionar. Personajes caricaturescos se empiezan a encaramar en posiciones de poder sostenidos por masas embelesadas que repiten las consignas del desprecio por el otro y rechazan de plano todo lo que implique dialogar y consensuar con el pensamiento ajeno.
Los fenómenos sociales se contagian por una especie de mímesis inducida por tecnócratas que manejan redes sociales en apariencia inofensivas pero que van moldeando cerebros para fomentar la grieta ya que una sociedad
binaria y conflictiva les conviene a sus negocios.
Y le llegó el turno a la Argentina. Irrumpió entre insultos y penosos arrebatos psicóticos abriéndose paso en las redes y los medios de comunicación hasta llegar a convertirse en Presidente de la Nación Argentina.
Ya en campaña hizo del dislate y el despropósito un modus operandi que se acentuó en el ejercicio del poder.
Lo que a ningún político se le hubiera consentido sin repudiarlo o ridiculizarlo a Milei le fue permitido y festejado.
Los defensores de las instituciones se callaron cuando dio su discurso de espaldas al Parlamento en un lenguaje gestual profundamente antirepublicano. Su desprecio por el Congreso de la Nación y sus miembros a los que trató de ratas y mandriles solo despertó algún comentario marginal y nadie se desgarró las vestiduras ante tamaña afrenta institucional.
La política denominada “casta” por Milei, demostró no tener sentido de clase o pertenencia y muchos de sus conspicuos integrantes miraban al costado cuando se insultaba o perseguía a sus pares.
Los gobernadores de provincia, sometidos por sus necesidades pedestres de gestión, salvo excepciones muy aisladas y puntuales, permanecen en silencio y son incapaces de abroquelarse en defensa de los intereses de un
federalismo del que ya solo quedan despojos.
Cuando se resolvió que el ajuste lo pagaran los jubilados de nuevo se hizo silencio.
Cuando avanzaron contra la Universidad Pública, ese rasgo que nos distingue como país en el mundo y que fuera la resultante de luchas importantes, hubo un conato de reclamo silenciado con chequeras y compraventa de cargos que aseguren el número de voluntades parlamentarias para sostener el veto. Después de eso volvieron a callarse
todos.
Es que parece que la fiesta de los mercados y una pseudo estabilización económica conseguida a expensas de los que menos tienen justifica todo y agudiza una complicidad social penosa.
Vivimos en el contexto de una sociedad ruidosa que esconde silencios pecaminosos.
Asistimos impertérritos al cierre de empresas y despidos masivos que se festejan, haciendo del infortunio ajeno motivo de celebración.
Porque lo más indignante de todo es ver que pareciera existir una malévola aureola de satisfacción al hacer daño y destruir la vida de personas mientras amplios sectores de la sociedad hacen mutis por el foro.
El cuadro de situación que estamos viviendo es muy preocupante. Estamos asistiendo a una devastación sistemática del sentido comunitario, de la solidaridad social, y, fundamentalmente de todo concepto de empatía por el sufrimiento ajeno.
El 10 de Enero de este año el gobierno nacional apeló un fallo que le obligaba a la entrega inmediata de medicamentos a pacientes con enfermedades raras y oncológicas. Estos enfermos tienen la doble vulnerabilidad de ser pobres (no cuentan con ninguna cobertura formal de la seguridad social) y, a la vez, de estar enfermos de gravedad con sufrimientos indecibles. Con la excusa de auditorías, dejaron de entregar la medicación de
alto costo a aquellos que la venían recibiendo y se bloquearon todos los nuevos expedientes para personas que lo necesitan. Esto tuvo como consecuencia la discontinuidad de tratamientos o no poder comenzarlos en
patologías que tienen fechas límites si no se realizan. A raíz de esta actitud gubernamental las asociaciones de defensa de los pacientes afirman que se produjeron más de 60 muertes en el año 2024.
Cada una de sus historias es un desgarro del alma que debiera estremecernos.
Me resulta inconcebible tamaña perversión y crueldad.
De nuevo un manto de silencio cómplice consintió tamaña locura.
Ese mismo día consideré que los límites se traspasaron y resolví que mi propio silencio era ya motivo de vergüenza personal. Presenté mi renuncia para no comprometer a nadie con mis opiniones, pero no iba a permanecer
callado ni un día más.
Pocos días después Milei se expresó en las redes diciendo: “Zurdos hijos de putas, tiemblen», y «No sólo no les tenemos miedo sino que los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta en defensa de la LIBERTAD».
Tanta violencia no puede ser excusada de ninguna manera. No hay resultado económico que compense esta brutal apología de la violencia inadmisible desde todo punto de vista.
El reclamo de todos los sectores del pensamiento argentino debió haber sido unánime, pero pocos hablaron y su voz apenas se escuchó.
El presunto defensor de la libertad amenaza con la extinción del que piensa diferente, todo un contrasentido.
En Davos Milei hizo gala de sus posiciones más extremas. Cuestionó al feminismo, al cambio climático, a los homosexuales y con su característico histrionismo y megalomanía se dedicó a pregonar un nuevo orden mundial
con él mismo como figura central. Su pieza oratoria, mal leída como es su costumbre, se percibió como una farsa ridícula escuchada por pocos y acogida con fastidio o indiferencia.
Párrafo especial para su encarnizamiento con los homosexuales. Su homofobia retórica y su recurrente verborragia de contenido sexual violento denotan patologías que no puede evitar poner al descubierto. Al equiparar en un discurso público ante un foro internacional la homosexualidad con la pedofilia traspone límites y destroza el sentido común.
Sus dichos importan un agravio gratuito y fulminante contra miles y miles de personas que han sufrido grandes tragedias personales, siendo discriminadas e injuriadas por sus preferencias sexuales que tampoco pueden
consentirse.
El liberalismo es la prédica de la tolerancia y el respeto a la opinión y la vida ajena, las expresiones de Milei configuran la intolerancia en estado puro y un desprecio por el otro que asusta.
Cada día que pasa estoy más convencido de haber seguido el camino que correspondía aunque quizás no resulte el que más me convenga, porque hoy contradecir al presidente es exponerse al ataque impiadoso de su jauría de
troles que siempre insultan y jamás argumentan.
Cuando escribí el libro sobre Hitler reclamé a la sociedad alemana de aquellos años la complicidad de su mutismo.
Hoy Elon Munsk, personaje extravagante y peligroso, apoya a los neonazis germanos con sus redes. Para
mi sorpresa y satisfacción este 25 de enero las calles de las principales ciudades alemanas se inundaron de multitudes que rechazan con cánticos y velas ese resurgimiento de la locura. Al menos se advierte una cuota de
cordura entre tanto desequilibrio emocional.
Aquí en Argentina los políticos argentinos tendremos que aprender a construir una opción racional contra tanto despropósito. Equilibrio frente a la desmesura. Y tenemos que empezar a romper el silencio. No consintamos la
locura aunque esta se disfrace de presuntos éxitos económicos. No hay estabilidad que pueda ser sustentable en el tiempo a expensas de fomentar el odio entre los argentinos.
He dejado de lado ex profeso toda consideración respecto de las políticas económicas impulsadas por el actual gobierno, que no comparto, pero creo que el énfasis de nuestra oposición debe ponerse en los aspectos sociales y humanos que propone el Presidente de la República.
Para otro momento y otro artículo quedarán mis consideraciones sobre el endiosamiento de los mercados, la apología del carry trade, el intervencionismo brutal del Banco Central en el mercado cambiario, el proceso de aniquilación de la industria nacional, el agravio permanente a la Cultura, el ataque a la obra pública como concepto, el abandono sistemático del estado en el área de la salud pública, el endeudamiento exponencial y
desenfrenado que condiciona nuestras decisiones soberanas, el negacionismo del terrorismo de estado y la dictadura, y otras tantas cosas que hoy nos están sucediendo.
Algún párrafo futuro dedicaremos a los ataques continuos a periodistas y economistas que no piensan como él y quizás sea conveniente también abordar el tema de la corrupción donde el aprovechamiento de información
confidencial está construyendo fortunas desde la especulación bursátil o, en sus aspectos más pedestres como la amañada licitación de la hidrovía denunciada a viva voz por el diputado Nicolás Massot en el Parlamento
Nacional sin que nadie recoja el guante.
Pero hoy solamente quiero explicar las razones esenciales de mi oposición a este Gobierno nacional.
Soy consciente de mi propia insignificancia política, circunscripta a un entorno provincial no relevante, y sé perfectamente que mis cuestionamientos no serán reflejados, pero tengo el imperativo moral de consignarlos por escrito. Me preocupa dejar bien claro a mis hijas el tipo de sociedad que prefiero, una sociedad basada en el respeto mutuo, la empatía, el diálogo, la búsqueda de consensos, el premio merecido a la iniciativa y el esfuerzo privado sin menoscabo de un sentido de solidaridad social, las buenas maneras y la defensa de los valores democráticos, imperfectos y volátiles, pero los mejores que el ser humano ha podido diseñar para resolver
por ahora sus diferencias y armonizar intereses en pugna.
El valor de mis planteos se agiganta porque no obedece a especulación alguna. Es testimonial, individual y muy pensado. Probablemente el éxito electoral acompañe a Milei y a todos los que quieren hacer oídos sordos, pero no será con mi asentimiento.
El régimen podrá avanzar con su andar rocambolesco y violento, pero no lo hará contando con mi silencio.
Quizás este acto individual de rebeldía ante la insensatez ayude a otros a animarse y cambiar el rumbo. Quizás concluya como un manojo de palabras diseminados al influjo de un viento tempestuoso.
No importa, tengo la íntima y profunda satisfacción de poder decir lo que siento y lo que pienso sin ninguna restricción.
Son tiempos de redes, de insultos altisonantes que abortan toda fundamento, de pasiones sin intelecto, de chabacanería procaz y aseveraciones dogmáticas. En ese universo convulsionado dejaré caer mi anquilosado
lenguaje de equilibrios posibles y posiciones moderadas, de consensos entre distintos en procura de un bien común y la necesidad de proteger a los más desprotegidos de un entramado social cada vez más desigual.
Quien sabe, tal vez la semilla germine y encuentre mentes afines que la hagan fructificar.
Y aunque no pase nada, aunque la intolerancia triunfe y el dios mercado fagocite los espíritus, tendré siempre al menos la tranquilidad de haber actuado conforme los dictados de mi conciencia y mi sentido humanitario.
Sisto Terán Nougués
29 de enero del 2025